Este articulo fue publicado primero en LA Times.
Cuando visité la Franja de Gaza en septiembre de 2015, caminé sobre los escombros de lo que alguna vez fueron edificios en el barrio norteño de Shejaiya. Otros edificios estaban parcialmente en ruinas, y evidencia de metralla en las paredes y agujeros causados por las balas marcaban las casas que quedaron en pie y donde aún vivía gente.
Un año antes, las fuerzas israelíes habían lanzado el Operativo Margen Protector en respuesta a los cohetes lanzados por Hamás. El asalto a Gaza y sus habitantes duró 51 días en julio y agosto de 2014. La operación militar fue la tercera operación importante de las fuerzas armadas israelíes en Gaza en siete años, y con diferencia la más letal y destructiva en ese momento. Murieron entonces 2202 palestinos, entre ellos más de 500 niños, y 72 israelíes (62 de los cuales eran soldados). Miles de palestinos resultaron heridos, más de 18 mil de sus hogares fueron destruidos, 470 mil fueron desplazados y grandes zonas de Gaza fueron arrasadas.
Amnistía Internacional acusó a Israel de cometer crímenes de guerra por atacar indiscriminadamente viviendas civiles sin previo aviso, y una comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas también llegó a una conclusión similar, sugiriendo que incluso podrían haber sido “asesinatos intencionales”.
Pero si el Operativo Margen Protector no tuvo precedentes por su falta de proporcionalidad y por el hecho de que los soldados no distinguieron entre civiles y combatientes, palidece en comparación con la violencia que Israel ha desatado contra la población de Gaza en las últimas semanas. La venganza indiscriminada que ha desplegado, con el apoyo de Estados Unidos, es aterradora.
Cuando el presidente Biden cuestiona la veracidad del número de muertos, tiene el efecto de devaluar las vidas de aquellos que las fuerzas israelíes han matado. Eso incluye al hijo de 12 años del poeta y periodista Ahmed Abu Artema, a quien conocí y recibí en 2019 cuando la organización para la que trabajo lo patrocinó en una gira por los Estados Unidos. Además de su hijo, Ahmed perdió a otros tres miembros de su familia y sufrió quemaduras de segundo grado debido a un ataque aéreo israelí a su casa.
La devastación en Gaza no está exenta de contexto. Los palestinos han sufrido durante 16 años de bloqueo terrestre, marítimo y aéreo de Israel, y a pocos se les permite salir de Gaza, lo que llaman una prisión al aire libre donde residen 2.3 millones de personas en 141 millas cuadradas.
En 2015, me reuní con jóvenes en Gaza que describieron el dolor de tener un futuro incierto debido a cómo las guerras habían devastado sus vidas. Compartieron sobre el profundo trauma que los atormentaba. Hablaron de vivir vidas fracturadas, porque la ocupación controla quién puede entrar y salir de Gaza. Anhelaban regresar a sus pueblos de origen, la tierra de sus abuelos, de donde fueron expulsados por la fuerza en 1948 y convertidos en refugiados.
Pero también hablaron de querer ir a la escuela para convertirse en médicos, educadores y otras profesiones admirables. Imaginaban vivir libres sin políticas de apartheid bajo una ocupación militar. Me pregunto, ¿dónde estarán ahora esos jóvenes, si han sobrevivido a los incesantes bombardeos, si algún día experimentarán una paz duradera con justicia?
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