Nota del editor: Mientras se publicaba este reportaje sobre el creciente número de personas sin hogar en Las Vegas y el calor, el Tribunal Supremo emitió una sentencia que criminaliza aún más a las personas sin hogar del país por el hecho de serlo.
En Las Vegas las temperaturas de tres dígitos llegan en plena explosión, bienvenidos al verano, ola de calor. Al haber crecido aquí, noto el cambio en la gente y en mi comunidad, más allá del calor en sí, al que estoy acostumbrado. Comienza con un aumento de los incidentes de violencia al volante y de los accidentes de tráfico mortales. Sólo en el mes de junio hemos tenido 6 tiroteos con agentes implicados.
Si no tienes hogar, el calor no te da tregua.
Se cobra un peaje tremendo en el cuerpo y la mente, lo veo en las calles. Lo veo en las calles. Los vagabundos exhaustos que se cruzan con el tráfico y caen desmayados al asfalto, las quemaduras de la acera en antebrazos y pómulos, las palabras apenas coherentes que salen de unos labios partidos y agrietados. La deshidratación y la exposición al sol merman enormemente las capacidades cognitivas. Los sin techo ya tienen que lidiar con un sueño irregular, una dieta poco saludable, traumas y enfermedades mentales.
Digo todo esto pero hasta el calor me da. En un 7-11 con mi novia creo que un tipo se está poniendo raro con ella cuando se cruzan y le pregunta si sabe a dónde va. Cuando me enfrento a él, está junto a la nevera de hielo apoyando la cabeza. “¿Sabes adónde vas?”. le pregunto.
Me mira con ojos cansados “¿Podrías traerme algo de comer y beber?”. Mi enfado se desvanece. Sé que no es así.
Según un censo reciente, nuestros sin techo se acercan a los 7.000, pero son al menos eso o más. Es la cifra más alta en diez años en Las Vegas, cuatro veces la media nacional, y Nevada es el estado con menos viviendas asequibles per cápita. Cada semana me cruzo con nuevos avisos de desahucio. En mi camino de ida y vuelta al trabajo veo a obreros de la construcción tumbados en rocas, cerca de arbustos o bajo carteles de campañas políticas, durmiendo la siesta en cualquier sitio donde puedan encontrar sombra. Los demás no pueden distinguirlos de los sin techo. Yo puedo decir que hay poca, pues los obreros están a un turno de quedarse ellos mismos en la calle.
Las posibilidades siempre han sido escasas aquí. La mayoría de nosotros no tenemos ningún deseo de “ganar a la casa”, como dicen en los casinos. Sólo queremos que nos dejen entrar para poder vivir.
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