Esta carta fue publicada primero en el periódico, La Voz de Austin, Texas.
Martes, septiembre 6, 2022, 8:22 a.m. — El día que recibimos nuestras primeras tarjetas de identificación, primer periodo, alguien toca la puerta, sra. V se levanta, mira por la mirilla y decide que está seguro abrir la puerta. Una mano se estira y pasa dos identificaciones.
Knippa es una escuela chica, 1A. La mayoría de las personas han asistido aquí el suficiente tiempo para conocer todo el mundo por su nombre. El personal mayormente conoce a cada uno de nosotros individualmente. Este pasado fin de semana recibimos nuestra primera amenaza de este año escolar. Para mi es un concepto raro y difícil de entender; como alguien pudiera ser tan insensible a las vidas inocentes y a la tragedia que ocurrió en nuestro pueblo vecino donde muchos de nosotros vivimos.
Siendo un estudiante de último año, es casi imposible no conocer a cada estudiante. La escuela secundaria comparte los mismos edificios con el quinto grado para arriba. Vemos a nuestros pequeños todos los días en los pasillos. Yo he aprendido que en cualquier caso, yo no tengo miedo por mi, es por ellos. Yo tengo cuatro primos en el campus. Este verano los vi llorar por la muerte de sus amigos mientras recaudaban fondos para los que sobrevivieron. Fueron robados de un verano lleno de memorias que pudieran haber hecho con sus amigos; en su lugar visitaron a las tumbas y le hablaron a los amigos que jamás podrán responder.
Yo he vivido lo suficiente para experimentar algo de la vida. Ellos todavía no han ido a un baile de fin de curso, o jugado un deporte en la escuela, o hecho viajes memorables en los camiones escolares en camino a un partido en otro pueblo, o reclamado un lugar en el estacionamiento de la escuela. Sin embargo ellos vienen todos los días a una escuela cercada como una prisión, con una sonrisa pegada en la cara, listos para aprender. Aunque el propósito (de la cerca) es mantener gente afuera, desde adentro mirando para fuera se siente como si está hecha para mantenernos encerrados. Se siente como si nosotros somos los que hemos hecho algo malo, nosotros somos los que estamos siendo castigados.
Por las acciones crueles de alguien, no podemos movernos en el campus sin un acompañante. Ya no tenemos acceso a la oficina central de la escuela.Todas las puertas están cerradas con llaves a todas horas, sin excepción. Ya no podemos abrirle la puerta a nadie, ese privilegio es solamente para el personal. Y lo mejor de todo es que ahora todos llevamos identificación. Como ya dije, todo el mundo aquí se conoce. Estas tarjetas de identificación no son para nosotros. Más bien están ahí para un realidad donde alguien tuviera que identificar nuestros cuerpos sin tener que hacer un examen de ADN.
Son chapas de identificación para una guerra en que nunca nos inscribimos. Sin embargo existe la posibilidad que un día de estos tendremos que bloquear con barreras nuestras puertas, escondernos detrás de los escritorios, agachados, apretaditos en el piso frío de un cuarto oscuro usando lo que podamos encontrar en el cuarto para usar como armas. Como soldados luchando en la oscuridad de la noche, nos mantendremos postrados y vigilantes, nuestro ojos escaneado cada rincón del salon para asegurar que nada esté fuera de su lugar, los oídos atentos, esperando y rezando nunca tener que escuchar un ruido cuyo lugar apropiado son los campos durante época de cazar.
Si ese día llega, tendremos nuestras chapas de identificación puestas para el peor escenario. Nuestras familias no van a sentir el dolor de esperar horas para la identificaciones, solo el dolor de perder un hijo o hija. Así que de ahora en adelante llevaremos nuestras tarjetas de identificación con la esperanza que nadie fuera de estas paredes jamás tendrá necesidad de verlas. ¿Por qué tuvo que pasar algo así? Por que?
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