Nota del editor: El siguiente artículo fue publicado originalmente por Gloria Meneses-Sandoval, miembro del consejo editorial del Tribuno. El artículo se publicó el 14 de agosto de 2025 en Alianza de Fresno.
Ante la escalada de la retórica y las políticas antiinmigrantes, un movimiento cada vez más amplio está trazando una línea clara y necesaria entre el pasado y el presente. Con el lanzamiento de la campaña Blue Triangle Solidarity, los activistas de WITNESS AT THE BORDER y más de 30 organizaciones aliadas están recuperando un símbolo histórico de la persecución y transformándolo en un llamado a la acción: «Yo apoyo a los inmigrantes».
El triángulo azul invertido, que en su día fue una marca de clasificación nazi impuesta a los migrantes en los campos de concentración, ha sido adoptado como símbolo de solidaridad y resistencia. Al igual que el triángulo rosa, que en su día se utilizó para marcar a las personas queer en la Alemania nazi y que más tarde fue recuperado por los activistas LGBTQ+, el triángulo azul es ahora un recordatorio: los crímenes de la historia resuenan en el presente. Y debemos responder.
Joshua Rubin, fundador de WITNESS AT THE BORDER, lo expresa claramente: «Los migrantes están siendo atacados y, en este momento, todos tenemos que ser migrantes, ¿no es así?». Sus palabras reflejan la urgencia del momento que vivimos.
Desde redadas indiscriminadas del ICE hasta detenciones y deportaciones masivas, pasando por la denegación de asilo en la frontera sur y la peligrosa deshumanización de los migrantes en el discurso político, Estados Unidos está repitiendo viejos errores, errores que la historia ha demostrado que pueden conducir a atrocidades.
Esta campaña no es solo simbólica. Es una advertencia. El Holocausto no comenzó con las cámaras de gas; comenzó con el lenguaje, las leyes y la identificación.
Hoy en día, las familias migrantes son recluidas en centros de detención con fines de lucro, los niños son separados de sus padres y miles de personas son rechazadas en la frontera sin el debido proceso. No se trata de acontecimientos lejanos y aislados. Son el resultado de decisiones políticas deliberadas que criminalizan el movimiento y tratan la migración como una amenaza en lugar de como un derecho humano.
La campaña Blue Triangle Solidarity (Solidaridad Triángulo Azul) lleva un poderoso recordatorio visual de esta injusticia a mítines, marchas y redes sociales. Vincula la crueldad del pasado con la crueldad del presente.
Activistas como Lee Goodman, que lleva una réplica del uniforme de los prisioneros de los campos de concentración con un triángulo azul, nos piden que recordemos. No por nostalgia o dolor, sino por deber.
Goodman es muy claro en su llamamiento: «Es apropiado e importante señalar las conexiones entre lo que les está sucediendo a los migrantes ahora y lo que ha sucedido en el pasado».
Él y otros invocan una verdad simple y aterradora: la persecución no siempre se presenta de la misma forma, pero a menudo proviene del mismo lugar: el miedo, la ignorancia y la privación sistémica de la humanidad ajena.
Hay quienes dirán que la comparación entre el trato cruel que reciben los migrantes hoy en día y las prácticas nazis es demasiado extrema. Que la aplicación de las leyes de inmigración actuales no es el Holocausto. Tienen razón, pero no entienden lo esencial.
El Holocausto no es un hecho aislado, es una advertencia. Nos muestra cómo comienza la persecución sistémica. Cómo la violencia se normaliza poco a poco. Cómo se borra gradualmente la humanidad.
Estados Unidos tiene su propia historia con la que lidiar: desde la Ley de Traslado de Indígenas hasta la Ley de Exclusión China, pasando por el encarcelamiento de japoneses-estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, las deportaciones masivas bajo la «Operación Wetback», las políticas de separación familiar de Trump 1.0 y las iniciativas de Trump 2.0, como el nuevo centro de detención en los Everglades de Florida, que evoca algunos de los peores abusos de la esclavitud y la era de Jim Crow.
La campaña Blue Triangle Solidarity nos llama a unir los puntos y romper el ciclo.
Es momento de tener claridad moral. No basta con sentir una vaga simpatía por las luchas de los inmigrantes. No basta con condenar el racismo de manera abstracta. Debemos tomar partido. El triángulo azul nos pide precisamente eso.
Llevar el triángulo azul significa: Veo lo que está pasando. No voy a mirar hacia otro lado. No voy a permanecer en silencio. Me solidarizo con los inmigrantes. Si eres inmigrante, haré todo lo que pueda para proporcionarte un espacio seguro.
Apoyar a los inmigrantes es apoyar el principio de que ningún ser humano es ilegal. Que las fronteras nunca deben ser barreras para la compasión. Y que la migración, ya sea forzada o elegida, no es un delito, sino una realidad de nuestro mundo interconectado.
Al recuperar el triángulo azul, no solo estamos recordando el pasado. Nos estamos comprometiendo con un futuro en el que no permitiremos que la historia se repita.
La elección es nuestra. Dejemos que el símbolo sea una señal: hay una línea que no debemos cruzar.
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