Organizarnos como si nuestra vida dependiera de ello, porque depende de ello

Nota del Editor: Este artículo es de Pete White, Director Ejecutivo de Los Angeles Community Action Network (LA CAN), una organización de Skid Row en Los Ángeles que ayuda a la gente a luchar contra la pobreza y la opresión. Skid Row tiene la mayor población estable de personas sin hogar de Estados Unidos. El artículo se publica aquí con autorización.

Hoy nos reunimos, no en estado de shock, sino con un profundo sentimiento de dolor. Muchos de nosotros estamos aquí con el rostro sereno, pero bajo él corre un río de desesperación. Nuestros miedos más profundos han quedado al descubierto para que el mundo los vea. Esto nunca fue una batalla entre el bien y el mal. No han sido unas elecciones más. La herida que llevamos -la herida que lleva nuestra nación- ahora está abierta y en carne viva, dejando al descubierto el racismo, el sexismo, la xenofobia y la misoginia.

Algunos intentaron llamar a esto un juego político, un simple ejercicio de líneas de partido y poder. Pero no, siempre fue una lucha por la supervivencia. Fue una batalla mortal por nuestra humanidad, una batalla que ya no podemos negar. Y para aquellos de nosotros que se atrevieron a esperar que habíamos dado la vuelta a la esquina, hoy se siente como un cruel recordatorio de que esas raíces son más profundas de lo que queríamos admitir. No es momento de desviar la mirada. Por mucho que se señale con el dedo, no se curará lo que se ha desgarrado, porque a lo que nos enfrentamos es más grande que cualquier líder o incluso cualquier administración.

Sí, un hombre con un historial de odio, mentiras y crueldad volverá a dirigir esta nación. Pero no nos equivoquemos: estas elecciones no son sólo sobre él. Se trata de una enfermedad que se ha enconado mucho antes de su ascenso. Es un referéndum sobre el alma de nuestra nación. Es la manifestación de la ansiedad blanca, la audacia racista y el miedo a la verdadera igualdad, que afloran una vez más.

Para algunos en el poder, somos prescindibles. Para ellos, somos invisibles, esclavizados a un sistema que valora el beneficio por encima de las personas, el poder por encima de los principios. El capitalismo es el único Dios al que adora esta nación, y las vidas humanas son su sacrificio. Quieren que estemos divididos, desconectados y desanimados. Quieren que pensemos que somos impotentes.

Pero aunque la desesperación se instale hoy sobre nosotros, no dejaremos que ésta sea la última palabra. El cambio no sólo es necesario, sino que se exige. Ha llegado el momento de que revelemos la fuerza que esperaban que olvidáramos. Porque permítanme decirles que este sistema no se construyó para los derechos humanos, la dignidad o el respeto. Fue construido para dividir, para profundizar las heridas y para convertir nuestro dolor en beneficio. Pero no somos impotentes.

Por eso, en este momento, debemos dirigirnos a quienes sostienen nuestros corazones. Debemos alzar a las mujeres y niñas de nuestras comunidades y decirles que las queremos. Debemos prometer que lucharemos por un mundo que honre su dignidad y sus sueños. Nuestras hijas, nietas, sobrinas, tías, esposas, madres, abuelas, hermanas, son el corazón de nuestra lucha y lo mejor de nosotros.

Ahora vemos lo que hay que hacer. Nuestras voces deben hacerse más fuertes, nuestra determinación más firme y nuestra unidad inquebrantable. No podemos seguir mintiéndonos. No hay ningún líder, ninguna institución, ningún sistema al que podamos acudir en busca de salvación. La verdad es dura pero liberadora: el cambio debe venir de nosotros mismos.

Aquí no hay ganadores, porque todos estamos atados por el coste de la negativa de nuestra nación a enfrentarse a su propia alma. Esta lucha no ha terminado; no ha hecho más que empezar. Hoy llevamos el peso de la traición y la desesperación, pero también llevamos las semillas de la transformación. Estamos despiertos. Y dejemos que este despertar sea el comienzo de un nuevo capítulo: un capítulo en el que reclamemos la verdad, en el que exijamos justicia y en el que nos neguemos a permitir que ninguna persona o institución nos despoje de nuestra humanidad.
Así pues, permanezcamos unidos, con la cabeza alta y el corazón ardiente. Puede que nos duela, pero no estamos derrotados. Puede que nos hayan dejado de lado, pero no nos silenciarán. El cambio está llegando, porque nosotros, el pueblo, haremos que así sea. Y lo haremos por aquellos que más significan para nosotros: por nuestras hijas, por nuestras madres y por todas las vidas que merecen ser valoradas y libres.


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