El siguiente artículo fue publicado originalmente por Aimée Santillán, Jesús de la Torre, Manuel Guzmán y Luke Monnich de Frontera Dispatch, una parte del HOPE Border Institute. El artículo se compartió originalmente a través de un boletín el 14 de mayo de 2024.
Permítanme compartirles una historia sobre un joven llamado Leandro. Nuestros caminos se cruzaron cuando él entró en mi oficina desde el refugio de enfrente recientemente buscando algo de conversación. Originario de Venezuela, relató un viaje desgarrador hasta la frontera junto a su padre y su hermana pequeña. Mientras hablábamos, Leandro me pidió una Biblia (había perdido la suya al cruzar la frontera). Me sentí mal porque solo podía ofrecer una traducción al inglés, pero a él no le importó; sus ojos se abrieron con asombro cuando se dio cuenta de que yo era bilingüe. Le di un cuaderno y crayones y antes de despedirse, me regaló el cuaderno con el dibujo de arriba. Me llegó al corazón… ¡Qué testimonio de resiliencia!
Todavía no puedo quitarme el peso del viaje de Leandro hasta nuestra puerta.
Me pesa mucho cuando pienso en cómo las políticas de inmigración estadounidenses continúan infligiendo dolor a familias y niños como Leandro. Los acontecimientos recientes, como la norma administrativa propuesta por la administración Biden, sólo sirven para agravar el dolor. La norma confía a los funcionarios de asilo la formidable tarea de determinar el destino de familias como la suya (detenidas, fatigadas y sin asistencia jurídica) basándose en complicados estándares legales durante las entrevistas iniciales.
Mientras tanto, las medidas punitivas de Texas, personificadas en la expansión del alambre de púas a lo largo de la frontera y la criminalización de los inmigrantes y de quienes los acogen, exacerban el dolor. Es imperativo que luchemos por encontrar soluciones que centren la compasión y la solidaridad.
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