El mayor centro de detención de México: Entrevista con Belén Fernández

Melissa del Bosque, Border Chronicle

“Puede que no haya derechos humanos en Siglo XXI”, nombre del centro de detención de inmigrantes de Tapachula donde estuvo encarcelado el escritor y periodista, “pero hay mucha humanidad”.

En 2012, el ex funcionario de Aduanas y Protección Fronteriza Alan Bersin proclamó que “nuestra frontera sur” es ahora con Guatemala.

En su nuevo gran libro, titulado Inside Siglo XXI: Locked Up in Mexico’s Largest Detention Center, la autora y periodista Belén Fernández escribe sobre esta parte poco discutida de la frontera estadounidense desde la perspectiva sobre el terreno de la prisión de inmigración de Tapachula, donde estuvo detenida. En el libro, y en la entrevista que sigue, Belén describe cómo acabó entre rejas y lo que presenció y experimentó, incluidas las amistades y la solidaridad que tuvo con otros detenidos. Como ella escribe: “Puede que no haya derechos humanos en Siglo XXI, pero hay mucha humanidad”. Belén tiene una capacidad única para escribir de forma personal, detallada y desgarradora, y a menudo también mordazmente hilarante. También tiene una afición por combinar un profundo análisis geopolítico del poder estatal, en particular el de Estados Unidos, con su absurdo, a menudo en la misma frase.

Este es el cuarto libro de Belén. Entre sus otros libros figuran The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work (Verso, 2011); Exile: Rechazar América y encontrar el mundo (OR Books, 2019) -un cuaderno de viaje sin igual sobre cómo Belén ha logrado viajar y escribir sobre el mundo sin pisar su país natal, Estados Unidos, durante 17 años (aquí tienes una reseña que escribí sobre él en 2020); y Checkpoint Zipolite: Quarantine in a Small Place (OR Books, 2021), sobre cómo fue quedarse varada en un pueblo playero de Oaxaca durante la pandemia, donde acabó viviendo justo enfrente de un puesto de control de Covid. No hace falta decir que recomiendo encarecidamente leer toda su obra. Es original. Y estamos orgullosos de presentarla aquí, en The Border Chronicle.

¿Puede explicar cómo Siglo XXI: Encerrados en el mayor centro de detención de México? ¿A qué te dedicabas? ¿Cómo acabó detenida y encarcelada por las autoridades de inmigración mexicanas?

En julio de 2021, viajé a la ciudad fronteriza de Tapachula, en el estado de Chiapas, para escribir un artículo sobre migrantes para Al Jazeera. Había estado residiendo en la ciudad costera de Zipolite, en el vecino estado de Oaxaca, desde marzo de 2020, cuando la pandemia puso fin a mi anterior modus operandi de itinerancia maníaca. Esta itinerancia había supuesto 17 años de ir de un país a otro con la ayuda de mi pasaporte estadounidense, a pesar de que evitaba la patria a toda costa, por considerarla irremediablemente espeluznante.

Durante la pandemia, me quedé más tiempo del que me permitía mi visado de turista mexicano y, en lugar de rectificar la situación legalmente, opté por enviar mi pasaporte por DHL a un tipo de Ciudad de México cuyos servicios de falsificación de visados estaban muy recomendados por otros extranjeros blancos perezosos de Zipolite. Resultó que esos servicios funcionaban bien para salir del país, pero la cosa cambió en el aeropuerto de Tapachula, donde, al intentar embarcar en mi vuelo nacional de vuelta a casa tras pasar un par de días escribiendo sobre migrantes, me llevaron a la mayor cárcel de inmigrantes de México, llamada Siglo XXI.

Así fue como, sin saberlo, me hice con una visión exclusiva de las entrañas de Siglo XXI -donde los periodistas tienen prohibida la entrada (oops)- y del régimen de detención de migrantes impuesto por Estados Unidos en México. Como dijo un amigo en Tapachula, fui “gringa daño colateral” de la política estadounidense, y como tal pude presenciar de primera mano el tormento al que mi país somete a los solicitantes de asilo y otros migrantes -muchos de los cuales huyen de la catástrofe política y económica infligida por Estados Unidos en primer lugar.

Mi propio tormento fue, por supuesto, extremadamente breve, y fui liberado de Siglo XXI tras sólo 24 horas, gracias enteramente a los esfuerzos de un periodista mexicano conocido mío. La embajada de Estados Unidos en Ciudad de México no movió un dedo, y su personal le colgó el teléfono a mi madre, presa del pánico, tras preguntarle si estaba segura de que yo era una ciudadana estadounidense de buena fe y no una María Belén Fernández naturalizada.

¿Puede describir el centro de detención Siglo XXI? ¿Cuántas personas había allí y de dónde eran? ¿Qué tipo de recuerdos tiene de la prisión? ¿Había gente que te llamara la atención? ¿Hubo solidaridad?

Sólo puedo hablar de la sección femenina de la prisión, aunque hay un consenso unánime en que las condiciones en la parte masculina son aún más atroces. Cuando entras en Siglo XXI, lo primero que te quitan son los cordones de los zapatos y la mayoría de tus pertenencias, que en mi caso incluían las más de 40 pulseras a las que había desarrollado un apego bastante patológico a lo largo de los años y cuya retirada requirió la intervención de dos mujeres policías.

Una vez que has sido efectivamente despojada de tu personalidad, eres admitida en las entrañas del Siglo XXI, que consisten en una gran sala con mesas de hormigón y un pasillo a la izquierda, donde hay salas más pequeñas que contienen aseos sin puertas (por nuestra propia “seguridad”, como me aseguró un funcionario de inmigración). Soy mala para calcular el número de seres humanos, pero Siglo XXI es famoso por su hacinamiento, y sin duda había cientos de mujeres allí, de tal manera que por la noche hasta la última mesa y el último rincón del suelo estaban ocupados por cuerpos. Como literalmente no había espacio para mi colchoneta, una cubana llamada Daniely insistió en que compartiera la suya y, además, insistió en que usara su ropa de repuesto como almohada: “Aquí lo compartimos todo”.

Además de muchos detenidos cubanos -cuyo país cumplía, por supuesto, seis décadas del asfixiante embargo estadounidense y la consiguiente escasez que alimenta la migración-, había de otras nacionalidades: haitianos, hondureños, nicaragüenses, salvadoreños. Había una mujer solitaria de Bangladesh que había viajado durante nueve meses con la esperanza de llegar a Estados Unidos para acabar entre rejas en el siglo XXI, donde había sido acogida por un grupo de detenidos haitianos. Un par de cubanos se habían comprometido a enseñar español al único recluso chino, que no podía comunicarse con nadie, y mucho menos con los carceleros, pero que, según todos los indicios, llevaba mucho, mucho tiempo en Siglo XXI.

En cuanto a mí y mi posición de privilegio extremo, apenas merecía la compasión y solidaridad que recibí de las demás mujeres. No era sólo Daniely; estaba Kimberly, una joven hondureña cuyas dos hermanas habían sido asesinadas en Honduras y que con su cariñosa presencia me sacó de varios precipicios psicológicos. Otra joven hondureña me tendió su toalla en lugar de una cortina de ducha. Una salvadoreña me dio el papel higiénico que le quedaba.

Cada vez que me quedaba sola durante una fracción de segundo, algún grupo de mujeres me invitaba a sentarme con ellas. Puede que no haya derechos humanos en Siglo XXI, pero hay mucha humanidad.

Tengo curiosidad por saber si tiene alguna revelación que pueda compartir con nosotros a partir de esta experiencia. Lo pregunto como periodista, sabiendo que muchos de los que cubrimos inmigración o fronteras nunca hemos estado entre rejas en una cárcel de inmigrantes.

Desde luego, puedo decir que ahora entiendo por qué confiscan los cordones de los zapatos.

Es imposible restar importancia a la angustia física y mental que Siglo XXI significa para tantas personas, muchas de las cuales ya han sufrido lo suficiente en sus países de origen o durante sus respectivas trayectorias migratorias. El juego de la espera puede ser lo peor de todo; conocí a mujeres que llevaban un mes encarceladas y aún no sabían si las deportarían o les concederían asilo en México, ni cuándo podrían esperar una respuesta a esta pregunta existencial. El limbo indefinido constituye una tortura psicológica en sí mismo, y en más de una ocasión durante mi estancia de 24 horas, oí a una detenida declarar: “Voy a salir de este lugar traumatizada”.

Una vez más, yo mismo apenas experimenté una fracción de lo que todos los demás tuvieron que pasar, y básicamente me sentí como un imbécil absurdo todo el tiempo, por múltiples razones: por el valor superior que mi pasaporte estadounidense confería automáticamente a mi vida; por mi miedo mortal a ser deportado a EE.UU., el país por el que la mayoría de mis compañeras se jugaban la vida; por mi fragilidad psicológica y mi desaliño físico, cuando ni siquiera había pasado una semana caminando por la brecha de Darién, plagada de cadáveres, como muchas de las mujeres.

Para quienes estamos acostumbrados a movernos por el mundo con relativa facilidad, es difícil transmitir la sensación de ser despojado del propio libre albedrío, por breve que sea. En Siglo XXI, al menos pude vislumbrar el sistema de opresión criminalizada que define la migración en el siglo XXI.

¿Qué influencia cree que tiene Estados Unidos en la aplicación de la ley y la detención en la frontera sur de México? ¿Es ésta una parte del sistema fronterizo estadounidense que la gente necesita conocer mejor?

Desde luego. Estados Unidos lleva mucho tiempo obligando al gobierno mexicano a hacer su trabajo sucio contra los inmigrantes, no sólo en la frontera norte de México, sino también en la sur. No es casualidad que, dos días después de la inauguración de Siglo XXI en 2006, el entonces presidente mexicano Vicente Fox se reuniera con el jefe de la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos, George W. Bush, en un hotel de Cancún, donde este último se deshizo en elogios hacia el “trabajo de Fox para reforzar la frontera sur de México”.

Como usted mismo escribe en El imperio de las fronteras -relatando un episodio de 2014-, funcionarios estadounidenses ya habían descrito la frontera entre México y Guatemala, cerca de Tapachula, como “donde … realmente comenzaba la frontera con Estados Unidos.” Y el actual presidente mexicano AMLO solo ha demostrado estar demasiado ansioso por besar el trasero de los gringos en el frente de los migrantes, incluso mientras pretende perseguir un enfoque más humano de la migración y defender la soberanía mexicana. En 2019, por ejemplo, redujo el flujo migratorio transfronterizo hacia Estados Unidos en nada menos que un 75 por ciento en tres meses, después de que Donald Trump amenazara con imponer aranceles a las importaciones mexicanas, una estadística de la que el supuesto AMLO sin pelos en la lengua ha elegido curiosamente presumir en su propio libro A la mitad del camino.

Bajo la presión del vecino imperial del norte, AMLO también ha supervisado la militarización sin precedentes de la política migratoria, difícilmente tranquilizadora a la luz del historial de violaciones de derechos humanos y otros delitos del ejército mexicano. En 2021, el secretario de prensa de la Casa Blanca anunció que, gracias a discusiones bilaterales con el régimen de Joe Biden, el gobierno de AMLO había decidido “mantener 10,000 soldados en su frontera sur, lo que resulta en el doble de interdicciones diarias de migrantes”.

Ese mismo año, México experimentó con un absurdo proyecto de “puente aéreo” que consistía en volar a los migrantes del norte al sur de México y luego expulsarlos a la selva guatemalteca.

¿Cuál es el punto más importante de su libro? ¿Qué quiere que la gente se lleve de él?

Que la inhumanidad estructural todavía no ha aplastado el espíritu humano. Como sugiero en la conclusión, en un siglo XXI gobernado por la sádica política imperial estadounidense y el capitalismo de mierda, a menudo hay más magnanimidad entre rejas que fuera de ellas.

El Tribuno del Pueblo le trae artículos escritos por individuos y organizaciones, junto con nuestros propios reportajes. Los artículos firmados reflejan los puntos de vista de las y los autores. Los artículos sin firmar reflejan los puntos de vista del consejo editorial. Por favor, dé crédito a la fuente al compartir: tribunodelpueblo.org. Todos somos voluntarios, sin personal remunerado. Haga una donación en http: //tribunodelpueblo.org/ para seguir ofreciéndoles las voces del movimiento porque ningún ser humano es ilegal.

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here

ARTÍCULOS RELACIONADOS

SUSCRÍBETE

INFÓRMATE Y TOMA ACCIÓN

Nuestra voz es única, nuestra perspectiva sin filtrar. Únase a nuestro boletín y manténgase actualizado sobre nuestro reportaje original y periodismo para la gente. Entregado a usted.

VISITE NUESTRO SITIO HERMANO

ÚLTIMOS ARTÍCULOS